Anticlericalismo y la quinta columna

El anticlericalismo violento ha sido una característica de la historia moderna de España, especialmente en períodos de inestabilidad política. En julio de 1834, hubo un brote de cólera en Madrid durante la Primera Guerra Carlista, una lucha entre los carlistas, los partidarios absolutistas de Don Carlos para el trono español, y la regencia liberal de María Cristina. Convencidos de que los frailes habían envenenado el suministro de agua, una turba mató a 73 sacerdotes y religiosos. En mayo de 1931, un mes después de la proclamación de la Segunda República, una reunión monárquica en la capital española enfureció a los izquierdistas, que atacaron edificios religiosos. La violencia pronto se extendió por toda España y los anticlericales quemaron cerca de 200 iglesias. La iglesia franciscana de San Lorenzo en Valencia, frente al palacio de los Borja, fue una de las que sobrevivió, aunque el interior sufrió daños.

Sin embargo, lo que fue único en el anticlericalismo popular de 1936 fue su gran escala. Aunque no fue dirigido por el gobierno, los asesinatos de sacerdotes y religiosos fueron acompañados por el saqueo masivo de iglesias, conventos y monasterios; los edificios que no fueron destruidos fueron convertidos para uso secular. La Iglesia Católica no iba a tener ningún papel en la nueva sociedad antifascista.
El anticlericalismo asesino dañó gravemente la reputación internacional de la República y el gobierno del Frente Popular de Largo Caballero puso fin en gran medida a la violencia revolucionaria en el invierno de 1936-37. Sin embargo, con la importante excepción del País Vasco, el culto católico público no podía celebrarse, ya que la Iglesia seguía siendo considerada parte integrante del enemigo “fascista”. Hasta cierto punto, esto fue una profecía autocumplida, ya que los católicos (incluidos los sacerdotes supervivientes), se involucraron en la Quinta Columna. En octubre de 1936, el periódico comunista Mundo Obrero informó de que el líder rebelde, el general Mola, había declarado que las cuatro columnas que avanzaban hacia Madrid no tomarían la capital; ésta caería en manos de una “quinta columna” en su interior. Los historiadores aún discuten si Mola acuñó la expresión, aunque es cierto que una “quinta columna” clandestina capaz de tomar una ciudad no existía en la España republicana de 1936. Irónicamente, fue el fracaso de los nacionalistas en la toma de Madrid en el invierno de 1936-37 lo que hizo más probable la actividad quintacolumnista, al hacerse más remota la victoria de Franco. Los grupos de simpatizantes rebeldes, hasta entonces minúsculos y dispersos, se unieron, y las redes secretas consolidadas estuvieron en contacto cada vez más regular con los servicios de inteligencia militar franquistas. Estos últimos estaban interesados en la información militar, no en un levantamiento, y la Quinta Columna se ocupaba principalmente de la recopilación de datos militares, de proporcionar auxilio a los derechistas, de alentar los sentimientos derrotistas entre sus enemigos y de preparar un ajuste de cuentas después de la guerra.
Si la Quinta Columna surgió como una amenaza importante después de que se hiciera evidente que el conflicto no terminaría en 1936, el gobierno de Largo Caballero reorganizó la policía para hacer frente a la amenaza. Las “checas” revolucionarias dieron paso a grupos especiales dedicados a erradicar la subversión. En Valencia, por ejemplo, un equipo de “servicios especiales” operaba bajo la supervisión directa del ministro de la Gobernación, Ángel Galarza.
La reorganización de la policía formaba parte de un proceso más general de centralización del poder en el Estado republicano. La guerra se hacía más grande. En 1936, alrededor de 100.000 personas se ofrecieron como voluntarios para luchar en las milicias antifascistas; en marzo de 1937, un nuevo Ejército Popular basado principalmente en el servicio militar obligatorio contaba con 300.000 soldados. El suministro de esta fuerza no fue barato, y los republicanos utilizaron las reservas de oro de España para comprar armas, principalmente a la Unión Soviética debido a la política de no intervención patrocinada por las democracias. La política de centralización está estrechamente vinculada al socialista Juan Negrín, que llegó a la presidencia del gobierno en mayo de 1937. Sigue siendo un político muy polémico. Para algunos historiadores, fue una figura al estilo de Winston Churchill que sostuvo la resistencia republicana contra viento y marea hasta 1939; para otros, fue un contrarrevolucionario aliado del comunismo estalinista.
Julius Ruiz
LEE MÁS
- Julius Ruiz, El terror rojo (Espasa, 2012)
- Alberto Laguna Reyes & Antonio Vargas Márquez, La quinta columna: La guerra clandestina tras las líneas republicanas, 1936-1939 (La Esfera de los Libros, 2019)
- Enrique Moradiellos, Negrín (Peninsula, 2015)
